lunes, 15 de marzo de 2010

MI ABUELA CARMEN

*Foto de mi abuela Carmen con los bisabuelos y mi padre (ca. 1950)


*** Carta de Don Domingo Benavides ***

Querida María:


En el desmesurado escrito que mi amigo José Luis Ortiz Corbato me dedica con ocasión de tu también exagerado y cariñoso EL CURA DE PUEBLO, encuentro esta frase: "Yo animaría a María del Roxo a que nos hilvanara recuerdos de aquella gran mujer que fue su abuela Carmen". Claro que debes hacerlo. Pero el caso es que yo también me sentí interpelado por las palabras de mi amigo, porque yo fui quien inicié aquella "saga" de jóvenes curas que Carmen acogió, cuidó y mimó durante tantos años.

Para poner de relieve la excepcional personalidad humana y cristiana de Carmen, me bastará comentar y ampliar un poco las mismas cosas que tú cuentas, quiza sin darte cuenta de todo lo que significaron para mí. Comienzas diciendo que mi madre "estalló en lágrimas" cuando conoció mi nombramiento para la Montaña de Ibias. Así fue; y de poco me sirvieron las cartas que yo le escribía ponderando lo bien que me encontraba. Sólo cuando conoció a Carmen personalmente en una breve convivencia de las dos familias se le disiparon todos sus temores. En su sencillez Carmen despertaba afecto y confianza.

En otro párrafo hablas de mis "alzacuellos" y de mis "sotanas". Dos prendas dignas de recordarse en el atuendo de un cura de aquellos años. Los alzacuellos eran de tela. Almidonarlos y plancharlos adecuadamente requería maestría y paciencia. A pesar de mis advertencias para que no gastase tanto tiempo en esa labor, al fin ella lograba unos alzacuellos tersos y más blancos que el campo de la nieve. Y si yo, como ella recordaba, no levantaba la sotana "ni para cruzar los charcos", puédes imaginarte cómo quedaría tan engorroso hábito al terminar un día de faena por aquellos infames y embarrados caminos.. Yo tenía buen cuidado de cambiarme al llegar a la casa y poner la sotana a secar para limpiarla yo mismo. A pesar de mis rígidas advertencias, pocas veces lo conseguía; a la menor ausencia de mi habitación, la sotana enlodada desaparecía para aparecer de nuevo límpia y pulcra. Si yo quería enfadarme, Carmen respondía, con una sonrisa festiva, que ella no sabía nada; que seguramente habían sido las "ánimas del purgatorio" que, según ella, se me habían aparecido una noche en que yo había llegado calado hasta los huesos en medio de una tormenta de estrepitosos truenos y relámpagos cegadores. Cuando se refería, según dices, "a lo elegante que iba D. Domingo que daba gusto verlo", ¿no se daría cuenta de que correspondía a ella todo el mérito de tal "elegancia"?

Recuerdo muy bien la anécdota de "los piojos" que tú narras y mi amigo califica de "deliciosa". Era una tarde en que yo había salido a dar un paseo por el pueblo y me encontré con Carmen y María que venían del lavadero. Cuando me divisaron, las dos rompieron a reir. Al fin Carmen me dijo con la delicadeza de siempre: "D. Domingo debe tener cuidado por dónde se mete; su camiseta estaba llena de piojos". No comenté nada porque al momento me vino a la mente el camastro de paja en que yo me había sentado para hablar con una pobre mujer enferma. Pero aquella noche dormí muy mal, no por los inoportunos parásitos sino porque no se me iba de la cabeza el camastro de paja, al parecer lleno de piojos, en que dormiría aquella mujer mientras yo lo hacía en una limpísima y mullida cama. Según tú indicas, la "colada" de los piojos se repitió en más ocasiones. Pero Carmen nunca volvió a decirme una palabra. Quizá su fina intuición le hizo comprender que un cura no podía andar con remilgos para entrar en cualquier hogar.

También merece un comentario lo que dices sobre la "insistencia" de Carmen alguna noche para que yo tomase algo antes de acostarme. Esto sucedió cuando se dio cuenta de que los domingos en que celebraba la Misa en las parroquias "de abajo", yo desayunaría hacia las tres de la tarde. "Tome esto -me decía mirando el reloj- es muy ligero y no le quitará de dormir, usted va a perder la salud con esos ayunos". Al principio me resistía, pero ante su disgusto, acabé tomando lo que me ofrecía, sin rechistar. Hoy, que se ha suprimido ese ayuno, pienso que, a su manera, Carmen se adelantó al Concilio y a las Congregaciones Romanas en plena Montaña de Ibias.

Describes de forma pintoresca mi salida de Ibias "requerido" por la Benemérita. La cosa fue aún más rocambolesca, pero no es aquí el sitio para contarlo. Cuando quiero presumir de mi cariño hacia la Montaña de Ibias y sus gentes, suelo decir que a mí me sacaron de Ibias "a punta de pistola". Lo cierto es que lo recuerdo como un día triste para todos los que habíamos vivido en agradable convivencia familiar durante un año.

A estos muy resumidos recuerdos míos habría que añadir los de la docena de sacerdotes que me sucedieron y que recibieron los mismos cuidados y el mismo cariño de Carmen, como cuentan con emoción y gratitud cada vez que nos encontramos. No quiero terminar estas lineas sin referirme a la última visita que hice a Carmen pocos meses antes de su fallecimiento. Aún estaba lúcida y me encontré con la misma Carmen que yo había conocido cincuenta años antes. Una Carmen que rebosaba cariño para todos, y ahora particularmente para sus nietos de los que me hablaba con verdadera devoción.

Domingo Benavides

10 comentarios:

Luisa dijo...

Es un precioso recuerdo y un sentido y tierno homenaje. Un placer leerlo.

EVA dijo...

María, esa no es tu abuela, eres tu con el pelo largo. EL QUE A LOS SUYOS SE PARECE, HONRA MERECE.

Bernar dijo...

Es que Tita era mundial...se le echa de menos. Las visitas a Villaoril ya no son lo mismo sin ella (quizás por eso no son ya tan frecuentes...)

El chapras dijo...

Muy interesantes los recuerdos de este hombre,no me extraña que no se quisiera marchar, y lo sacaran a punta de pistola,con lo bien que lo trataba esta mujer, no es para menos.Tiene razón Eva,os pareceis como dos gotas de agua,lo contrario que una que yo me sé,que no se parece en nada.

La Marquesa dijo...

Lo bueno de Tita, no es sólo su recuerdo. Su presencia en la Casa del Roxo sigue fuerte y los que tenemos un "don especial" para percibir los espíritus, os puedo asegurar, que, el de Tita, está en la casa que nació.
¡Y que no falte!

isabelnotebook dijo...

Grandes palabras dedicadas a una gran mujer. Seguiremos esperando nuevas semblanzas de tu abuela. Besitos

MARIA I. dijo...

Yo siempre miro esa foto que sale en el blog, me parece muy bella y elegante, a pesar de la edad, sera eso que dicen que el alma se refleja en la cara....salud

La Marquesa dijo...

Y, ¿qué me decís del niño de la foto que, a sus aproximadamente, 10 años, ya va con la escopeta al hombro? ¡Eso es ser de Ibias! Seguro que era para defenderse del Chapras...

El Trasgo del Cadavín dijo...

Mis padres, que nunca tuvieron casa ni fincas propias, sí mantuvieron una gran relación con D. Manuel y Dª María de la Casa del Roxo, Por lo tanto, yo seguí la costumbre y eran frecuentes las visitas a Villaoril, donde me encontraba como en casa.
Con Salustiano, coincidí más veces en los largos viajes a Rengos o a San Antolín y eran muy agradables por la cantidad de anécdotas que contaba.
De Carmen me han quedado gravadas sus buenas comidas y la insistencia en que no nos quedásemos con hambre.
Años después, les vi varias veces en Gijón en compañía de Elena, hija del Tío Paulino, y de su marido Antonio, hermano de Luis el de las Chapas de Caboalles.
Amplios son mis recuerdos con esas personas:
A los que viven un abrazo y a los que se fueron, a quienes veré pronto, que descansen en paz.
Por un pouco

El chapras dijo...

Sintiendolo mucho Seña Marquesa,por aquella epoca al Chapras todavia le quedaban unos cuantos años para aparecer,asi que la escopeta seria para protejerse de los nobles,que por entonces tenian cierto poder.Por lo demas se le nota un cierto parecido con el entorno de su Excelencia,sera que me lo parece a mi,como la foto no es en color se ve distorsionada...pero,no sé,parece como si tuviera cierto aire familiar.