El sábado más cercano al 29 de septiembre tiene lugar anualmente en El Corralín la fiesta en honor de su santo patrón, san Miguel. A pesar de que El Corralín sea uno de esos escasísimos —si no el único— pueblo habitado de Asturias en el que no hay electricidad ni agua corriente, alrededor de medio centenar de personas siguen recorriendo todos los años, a pie o a caballo, el estrecho y empinado sendero de aproximadamente kilómetro y medio que conduce desde el cementerio de El Bao hasta la aldea, para asistir a la fiesta del patrón en tan singular entorno. Estamos geográficamente situados en una «isla» de tierra degañesa, rodeada de Cangas e Ibias por todas partes, y en plena Reserva Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias. Pero estamos, ante todo, no lo olvidemos, en un ámbito natural y salvaje, protegido por un manto de vegetación desbordante, donde la huella más duradera, históricamente hablando, fue impresa hace dos mil años por los conquistadores romanos —o más bien por su mano de obra esclava— en las explotaciones auríferas que dominan este lugar.
Cicatrices de la minería romana en El Corralín |
La antigua capilla de San Miguel no se libró de las llamas de un voraz incendio que en los años ochenta arrasó completamente las ya deshabitadas moradas de El Corralín. Hacía entonces más de una década —1969 es la fecha oficial— que sus últimos habitantes habían abandonado el lugar que los vio nacer ante las tremendas dificultades diarias a las que su obligado aislamiento los enfrentaba.
Guardián centenario en el camino |
Allá por el año 1995 una animosa asociación de Amigos del Corralín puso manos a la obra en una aventura épica, la de reconstruir la capilla de San Miguel y los accesos hasta aquellas ruinas cubiertas de monte y maleza que apenas se dibujaban ya en el abrupto paisaje. Se desbrozó la principal senda de acceso, se construyeron hasta tres pasarelas de troncos (la primera y de mayor envergadura, sobre el cauce del río Ibias), las otras dos sobre el arroyo que da acceso al pueblo y que separa los dos barrios en los que está dividido (El Corralín de Arriba y El Corralín de Abajo); para, a continuación, pasar a reconstruir el edificio más emblemático del lugar, la capilla.
Capilla de San Miguel, con su altar-vagoneta |
A san Miguel, el arcángel que vencerá al demonio y pesará las almas el día del Juicio Final, no le quedará más remedio que inclinar la balanza a favor de todos aquellos que participaron en la tarea de dotar a su humilde morada del mejor y más original altar que se pudiera imaginar: una vagoneta de la mina cuyo peso rondará la tonelada y media. Lograr sujetar semejante monstruo a base de cuerdas y pericia en la bajada hasta el río y remolcarla a continuación hasta su ubicación definitiva, ha hecho a los que lo lograron acreedores del beneplácito del santo. Sobre la vagoneta se instaló a continuación una pesada tapa de madera dotada de una sencilla pero bella talla, obra de Victorino (Rincón Cunqueiro, Trabáu), quien también contribuyó con su saber hacer a la sustitución de dos columnas de un antiguo retablo de segunda mano adquirido por la asociación en un anticuario de Oviedo.
Así pues, gracias al faraónico esfuerzo de este grupo de vecinos, el santo patrón del lugar, flanqueado por san Antonio y la Virgen del Carmen, quedaron recogidos y custodiados en una hermosa capilla que, durante más de una década fue el único edificio en pie del lugar, eje de la fiesta anual, y final de etapa para los escasos vecinos del entorno que decidían hacer una incursión por estos olvidados y remotos pagos.
Cow-boys en la fiesta de San Miguel |
Hace unos pocos años, finalizando el verano, una noticia sorprendente e inesperada corrió como la pólvora en las aldeas del contorno. En El Corralín se había instalado una mujer francesa, aquejada de serios problemas de salud, que pretendía quedarse a vivir allí. Todo era curiosidad, conmoción, e incredulidad. Dejando a un lado las especulaciones sobre el motivo de aquella inusual conducta (¿sería una prófuga de la justicia?; ¿estaría en su sano juicio?; ¿sería la líder de una secta?) todos se planteaban si sería capaz de sobrevivir un invierno en tan austero lugar, más propio de eremitas del Medievo que de una frágil y solitaria mujer. El caso es que, con la ayuda impagable de algunos vecinos de la tierra cunqueira, Francine, que así se llama esta sorprendente mujer, logró instalarse en una humilde cabaña, reconstruida para la ocasión de la manera más sencilla y rápida posible.
Francine, la dama de la sonrisa |
Aquel primer otoño, la Dama del Corralín —como ella misma habría de bautizarse— recibió varias visitas. Uno de los primeros en acercarse a presentar sus respetos fue el señor Lobo. Cuenta Francine que, estando ella todavía instalada en una tienda de campaña, una tarde, a la caída del sol, se encontró a un precioso lobo a escasos metros de su vulnerable refugio de plástico. El lobo la contemplaba con descaro, acaso juzgando si aquel extraño personaje venía a disputarle su territorio o, si por el contrario, ambos podrían convivir pacíficamente en aquel privilegiado entorno. Lejos de asustarse, Francine le saludó con su inconfundible deje galo, dándole vuelta de un plumazo al cuento de Caperucita: «Señor Lobo, ¡qué ojos tan bonitos tiene!».
Zorros, gatos monteses, jabalíes, roedores, pequeños carnívoros e innumerables aves fueron mostrando paulatinamente sus credenciales a la nueva vecina de El Corralín. Al oso, sin embargo, se lo habría de encontrar por vez primera en el estrecho sendero que conduce a El Bao. No se imaginaba ninguno de los dos que a aquellas horas de la madrugada y en lugar tan inesperado habría de producirse un atasco en el camino. Ambos se miraron, más sorprendidos que asustados, y de nuevo, la voz de Francine rompió el silencio con su cantarín acento: «Señor Oso, ¿es que no me va usted a dejar pasar...?». Y el oso, caballeroso como corresponde a la fábula real en la que Francine vive, no tuvo más alternativa que salirse del sendero para franquear el paso a tan ilustre dama.
La Dama representada por Neto |
Varios años han pasado desde esos primeros encuentros entre vecinos del bosque. Aquel primer asentamiento heroico ha dado paso a un cierto renacimiento en El Corralín. Hasta cinco cabañas más han sido restauradas y acondicionadas por los descendientes de antiguos moradores del lugar —alguno incluso nacido aquí—, que pasan vacaciones y fines de semana disfrutando de la magia de este paraíso perdido. La vida de Francine también sigue discurriendo de forma apacible y serena, como las aguas del río Ibias que desde hace miles de años ponen la banda sonora a un día a día que, aunque siempre parece igual, muda a cada instante.
Río Ibias, a su paso por El Corralin |