martes, 17 de noviembre de 2009

DESCANSEN EN PAZ...


No se había apagado todavía el eco de las campanas que llamaban a Misa de Difuntos cuando un escalofrío recorrió la espalda de muchos de los parroquianos que escuchaban, con fervor y atención, la homilía del señor cura en la Iglesia de Taladrid.

"Hermanos: sabemos que bajo el suelo de esta Santa Iglesia, se hallan enterrados desde tiempo inmemorial algunos cuerpos que deben recibir sepultura en tierra santa. Aunque antiguamente era costumbre sepultar a los benefactores y personas de renombre, dentro del recinto del templo, hoy en día, Taladrid cuenta ya con un buen cementerio en el que deben recibir cristiana sepultura. Así que, con las limosnas recaudadas en los últimos tiempos, hemos procedido a encargar la ejecución de dichos trabajos a un contratista de la vecina parroquia de Tormaleo. Él se encargará de levantar el piso, sacar los restos y trasladarlos al Camposanto..."

El resto del sermón pasó inadvertido para la audiencia. Con impaciencia y nerviosismo echaban furtivas ojeadas al irregular suelo de madera que pisaban imaginándose lo que aquellas viejas tablas ocultarían. ¿Por qué no dejar las cosas como estaban? Aquello de turbar el descanso de los difuntos no podía traer nada bueno...

Pasó el tiempo y llegó el momento de proceder a la tarea. No voy a nombrar al adjudicatario de aquella siniestra labor. Entiéndeme. Era época de hambre y cualquier trabajo, por desagradable que resultase, significaba pan para nuestros hijos. Así que aquel buen hombre, vigilado de cerca por el señor cura, comenzó su particular penitencia ayudado por otros dos peones. Empezando desde la parte posterior del templo, iban levantando una a una las tablas y excavando cuidadosamente con el azadón, separando en un montón los restos que se encontraban para trasladarlos, a continuación, al vecino cementerio.

Llevaban ya una buena parte del trabajo hecho, digamos que prácticamente la mitad de la nave, cuando aproximadamente a la altura de la puerta de acceso que da al norte, se encontraron con un par de tablas que parecían no querer salir de su sitio. Había costado infinito esfuerzo sacar los oxidados clavos, pero levantar aquellos tablones asemejaba labor de Titanes. Mientras más fuerza hacían los tres hombres, apalancando desde uno de los lados, con más brío parecían resistirse ellas a salir. Finalmente, tras denodados esfuerzos y empapados en sudor, lograron levantar una de las tablas, la más grande...

El sudor se convirtió en escarcha de forma instantánea. A sus pies yacía, inmóvil y terrible visión, el cuerpo incorrupto de un varón con luenga barba blanca que parecía haber sido enterrado la semana anterior. Mostraba su rostro palidez cadavérica a la par que una ligera mueca de irritación por haber sido perturbado en la paz de su descanso.

Huelga detallar la escena que siguió. Hombres hechos y derechos, huyendo despavoridos como alma que lleva el diablo; curiosos agolpándose para contemplar la escena; el párroco, fuera de sí, reclamando la finalización de los trabajos; caos y confusión por doquier.

Finalmente, entre dialogados razonamientos y veladas amenazas, consiguió el sacerdote que aquellos hombres cargaran al desconocido difunto en una carretilla para su traslado. Taparon el cuerpo con una sábana y ya se disponían a trasladarlo al cementerio cuando descubrieron que no podían hacerlo. No era en esta ocasión el miedo ni el respeto lo que se lo impedía, sino el peso del bulto. Por más que lo intentaban, la carretilla parecía contener plomo. Imposible moverla ni un metro.

Los curiosos de persignaban, murmuraban por lo bajinis una oración e iban desapareciendo disimuladamente. El párroco comenzaba a mostrarse nervioso. Los pobres hombres maldecían abiertamente su ingrata labor y acabaron por plantarse frente al sacerdote. O el muerto volvía al lugar en el que estaba, o ellos dejaban todo allí y se marchaban por la vía rápida.

La alternativa no admitía discusión. Parece ser que leve como una pluma, volvió el desconocido difunto a su confortable morada. Con rapidez inusitada, se clavaron de nuevo los viejos tablones. Se barrieron y limpiaron los restos de tierra y polvo. Y si te he visto, no me acuerdo... Nunca más desde entonces se volvió a meter mano al suelo de la iglesia de Taladrid. Allí reposa, sin duda, algún memorable personaje cuyos restos no deben ser perturbados.



***


- ¿Y a qué viene todo esto ahora, Migio? Esa historia ya la había oído yo de pequeña. Debió suceder hace por lo menos cincuenta años...

- Pois venche a cuento porque sentín que inda hay us días el cura pidíu cartos pra lousar a iglesia y amañar el suelo... y eu, eu pral lousau, o que queiran, pero el suelo que ol deixen como está. Xa me entendes...

- ¿Y no será todo un cuento, Migio?

- Non é cuento, non...

9 comentarios:

Bernar dijo...

Buenísima historia, María...buenísima.

La Marquesa dijo...

Real como la vida misma.
Tanto la historia como la petición del cura de arrimar el hombro para arreglar el suelo.
Yo misma estaba en la iglesia el Día de Todos los Santos, cuando pidió dinero para dicha labor.
Yo creo que el cura no está enterado de la historia.
¿¿El suelo, ni tocarlo!!
Voy a imprimirle la historia y dejársela debajo de la puerta de la iglesia.

A los muertos hay que dejarlos tranquilos, sobre todo a aquellos que no quieren abandonar su morada.

Milio'i Sebastián dijo...

Teniendo historias como ésta... ¿a quién le interesa halloween?

gavilan poyero dijo...

A veces veo muertos....

Me das miedo María, mucho miedo

Saludos

El Trasgo del Cadavín dijo...

Hace unos cuantos años oí, a un pariente mío del Villar, esta historia y las verdad es que no me volví acordar hasta hoy que la traes a colación.
Se que se intentó sacar los restos de estos difuntos enterrados allí y se que se dejó de hacer.
La persona encargada de hacer este trabajo no es de las más valerosas y es posible que el miedo hiciese el resto.
En cuanto a la Iglesia, no estaría mal ponerle un piso adecuado, pero siempre que se hiciese asesorados por un buen profesional y no como cuando cambiaron el altar y la pila bautismal, que hicieron un verdadero desastre.
Un cordial saludo.

Flores La Plaza dijo...

La historia buenisima y muy bien contada,espero que no levanten las tablas... pero si las levantan cuentanos que pasa.
Saludos

Tere dijo...

A una iglesia con esa historia si me gustarìa entrar; Yo pienso ¿deverìamos tener mas miedo a los vivos o a los muertos?

El chapras dijo...

Cosas de muertos, cuando no quieren irse no hay quien los eche.Tendra razon la Marquesa,que este cura no esta enterado de nada.Si se imaginara lo que le espera se pondria a temblar,por que el muerto al sacarlo por segunda vez tendra un cabreo como para no arrimarse ni a un kilometro.

Gonzalo de Suárez dijo...

Interesante historia, nunca la habia oido, habrá que poner al párroco en camino.