La tarde se bifurca y el aire se amortigua entre el arbolado. Camino solitario por el sendero estrecho y curvo mientras el cielo se ensombrece, aunque no reste apenas claridad. Miro hacia atrás y veo gente que de seguir con su paso acelerado me alcanzará; así es. Llegan hasta mí dos mujeres y un hombre. El hombre resulta un "tesorero" de primera -habla de la existencia de tesoros aquí, allí y más allá-, y es también muy amigo de jarana -pero con la joven, de las dos mujeres flacas-. Los tres son de Villarmeirín, y se dirigen a Bustelo, donde se celebra la fiesta de las Nieves. Como me habían visto desde lejos avanzar ante ellos, por el bulto de la espalda -la mochila- habían supuesto -me dicen- que yo era el músico -el acordeonista- de la fiesta a que van. Es curioso, la fiesta de Villarmeirín también era -como en Bustelo- el cinco de Agosto, o sea, la Virgen de las Nieves, pero como tal día coincidía en época de apuradas faenas agrícolas y muchos debían trabajar por la perentoriedad de las labores y dadas las eventualidades climatológicas, acordaron los vecinos trasladar la fiesta para el día cinco de Septiembre; o sea, la Virgen de las Nieves, que es el cinco de Agosto, ellos la celebran el cinco de Septiembre; pero resulta que los de Bustelo -más rumbosos- prolongan su fiesta de las Nieves durante dos días, y cuando el tercero cae en domingo, se celebran fiestas durante tres; así que en Bustelo dedican -pierden- tres días en divertirse mientras los de Villarmeirín no quieren dedicar -perder- uno. El hombre de los tesoros dice que en Los Castros, cerca de Villarmeirín hay un tesoro -no faltaba más-. Los del pueblo fueron en cierta ocasión a consultar un "sabio" a Valladolid, pero éste les dijo que ellos no conseguirían tal tesoro porque "estaban de mala fé", y que el tesoro "estaba preparado para una mujer". Asegura que también cerca del próximo pueblo de Alguerdo hay un tesoro, -¡qué sí, que no se lo discuto!-, y que se veían en tal lugar luces durante la noche, de las gentes que lo andaban buscando. Continúa afirmando que debajo del pueblo de Taladrid ardió un tesoro, lamentando que se dieran cuenta de ello cuando ya había quemado todo, claro. Pienso en las famosas "gacetas" que pueblan algunas casas asturianas y fomentan las inveteradas creencias de los campesinos sobre los hipotéticos tesoros.
De nuevo otro -¿y van?- "Arroyo de los Molinos", y llego a Alguerdo con la tarde deslizándose por la hipotenusa de los relojes. Camino con gusto bajo los emparrados que cubren las callejuelas. Antes, en el pueblo había lagares, ahora las llaman presas. El vino que cosechan los vecinos es solo para uso doméstico. Es curioso ver introducirse por las ventanas de las casas los racimos de uvas; apetece ser Noé. Hay en el pueblo dos escudos, uno que las gentes dicen de Ferreira, -el escudo dice Fereira-; no me es posible ver el otro por su situación difícil; anoto inscripción de Iglesia, dedicada ésta a San Pedro. Me dicen que ya estuvo por estos pueblos un señor de Oviedo, tomando nota de escudos e inscripciones. Paseo por el pacífico pueblo intranquilizando la curiosidad de algunos. El término de la tarde invita a la convalecencia. Hay cierta agradecida demora en todo.
Paro en la taberna o posada de Emilio Sena. En un pequeño patio, a la entrada de la casa, hay un calderero gallego que tiene plantado su móvil taller bajo un corredor, donde aquél corta y martillea con diligencia mientras cerca rebrilla un ramillete de cacharros de hojadelata.
Se emparejan fugitivos claridad y día. Poco después voy a la posada. No hay luz eléctrica en el pueblo. Mientras ceno en penumbra entra en la larga cocina algún cliente que regresa de la fiesta de Buestelo; uno, algo bebido, deja ver su carácter peleón. Luego, en pacífica tertulia, el caldereo cuenta y asombra con los descomunales gastos de un hombre que está disfrutando sus vacaciones en un pueblo cercano, durante seis meses, ya que según el narrador trabaja habitualmente pero que muy lejos, "por China, África o más allá". A alguien le cae un duro y es motivo de risa general la busca y rebusca de la moneda con el candil a ras del desigual y cobijador suelo; la comida y la bebida colaboran en lo gracioso de la situación.
Cansado y enfermo me acuesto. Madruga mi despertar. Un niño vocea en la calle algo así como: "¡¡Sa...cai...las!!". Es el pastor de las ovejas; rebaño -o vecera- que veré poco después pacer manso por las tierras con rastrojos de centeno. Al salir del pueblo una mujero gorda me dice algo alusivo a la mochila; voy algo despistado y continúo sin proponerme ligar la conversación, (anoto esto porque luego me enteraría de que tal mujer hubiera supuesto una buena fuente informativa en lo referente al folklore local). Los de Alguerdo tienen dos apodos, uno: "Sollariegos", por ser solano el pueblo, y otro: "Chocarelos", por poner muchas esquilas al ganado, como presunción. También se dice para insinuar lo poco dispendiosos que son sus vecinos: "Si vas a Alguerdo lleva pan, que navayas no te faltarán".
(*) Extracto de "Ruta: Suroeste de Asturias" por Luciano Castañón. 1965.
2 comentarios:
Bueno,parece que al rapaz se le va pasando el dolor de muelas y se le suaviza un poco el carácter,hombre, aun suelta alguna coz,pero mucho mejor que al principio,en Bustelo sera un sol,supongo.
Yo he estado, aparentemente, ausente durante los capítulos que María nos ha ido desgranando sobre el viaje que nos cuenta Luciano Castañón. He leído despacio, porque no puedo hacerlo deprisa, lo relatado y cada uno de vuestros comentarios. Yo he conocido a Luciano y precisamente por eso y porque se el aprecio y el respeto que tenía a la gente de los pueblos, quiero escribir unas palabras en su defensa .
A finales de los cincuenta y muy entrados los sesenta, Manolo el del Trole, padre e hijo y Victorón de Casa Victor de Gijón, acudían a los pueblos de la parroquia de Taladrid cuando se abría la veda de la perdiz. Alquilaban un caballo en Rengos, ponían el cuartel general en casa Santigón de Villarmeirin o de Felisa de Llanelo y hasta que mataban varias docenas de perdices no se marchaban. Les acompañé en algunas ocasiones y debido a esos contactos, en el 55, dejé Ibias y me fui a trabajar a Gijon. Fue en el Trole donde, precisamente, me presentaron a Luciano Castañón que, por aquellos tiempos, tabajaba en el Instituto de Previsión. Luciano, era sencillo, callado, observador y muy culto. Le visité en dos ocasiones en su casa de la calle Ezcuirdia: su despacho estaba lleno de libros,libretas, ficheros por todas partes y no se cansaba de preguntar por cada cosa. Su aspecto tímido y retraído, contrastaba con el abierto, alegre y sociable de su mujer. Allí le llevé un papel mal escrito y lleno de faltas de ortografía, con un montón de refranes, medicinas populares y costumbres. Pienso yo que de aquellas conversaciones, fue naciendo la idea de hacer un recorrido por la zona. Yo no encuentro en sus expresiones menosprecio o altanería, sino más bien lo veo como una consecuencia de su timidez y reserva. Es probable que el encontrarse enfermo, no favoreciese sus reflexiones, como no es normal tampoco que le pasasen cosas desapercibidas con lo observador que era.
Luciano fue el alma de la Gran Enciclopedia Asturiana y de la Enciclopedia Temática, tiene infinidad de artículos sobre folclore y etnografía en la Voluntad, El Comercio, Región, Estafeta Literaria, en el Instituto de Estudios Asturianos etc. ha escrito varias novelas, cuentos y poesía.
Siento que no le hayáis conocido. Si hubiese sido así, no podríais tomarle ninguna cosa a mal porque era un persona sin doblez ni mala leche.
Por un pouco
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