jueves, 17 de enero de 2013

La Dama y el Waluliso


Hace años conocí en Viena a un singular personaje que se hacía llamar WALULISO, acrónimo de “Wasser-Luft-Licht-Sonne”, o lo que es lo mismo “Agua-Aire-Luz-Sol”, elementos de los que, a decir suyo, se nutría para vivir. El hombre, regordete y cincuentón, que admitía sin pudor propinas de los turistas para gastárselas a continuación en las tabernas de los contornos, resultaba simpático y, como poco, singular, vestido con su toga romana y corona de laurel mientras recorría filosofando en voz alta sobre la paz mundial el entorno de la vieja “Stefl”, la catedral de San Esteban.


Ayer me vino a la memoria el bueno de Waluliso (¿qué habrá sido de él?) a raíz del artículo de Pepe Rodríguez en La Nueva España sobre la Dama del Corralín, que, por mucho que se empeñe Pepe en el texto, lo siento, NO ES la Xana de Muniellos –que ésa fue otra y nos lo contó José de Mingo en su blog-. Y decía que me vino a la cabeza el pseudorromano Waluliso porque dice la Dama que con el Aire y el Agua de El Corralín es imposible no curarse. Y aunque es probable que tenga mucha razón, también dice mi abuela que el agua de la fuente de Villaoril es milagrosa, pero de momento no tenemos más pruebas de ello que la longevidad de Aurora...

Agua, aire y bromas aparte, vivir en El Corralín no es fácil. Hasta la llegada de Francine, los viejos muros revestidos de maleza languidecían en medio de esta “selva” quasivirgen, a los pies de la montaña cortada por los romanos hace dos mil años en su rapiña por el oro astur. La primera vez que pisé El Corralín (ya ha llovido desde entonces) fue en la compañía de Toño de Francho que, acostumbrado desde su infancia a subir y bajar a las brañas en alpargatas afrontaba el empinado y apenas perceptible sendero entre castaños a la velocidad de un xabaril enfurecido. Poco antes de llegar a nuestro destino, las ramas rotas de un cerezo delataban la comilona reciente de algún oso goloso. Salvo la pequeña capilla de San Miguel y el acceso hasta la misma, los senderos estaban cerrados y cubiertos de maleza. El silencio era ensordecedor. El lugar, mágico y especial como pocos.

Cuando llegó Francine un mes de agosto hace ya tres años y pico, nadie apostaba porque superara el invierno allí. Lo más suave que se decía de ella entonces era que tenía que estar loca o huyendo de algo. El invierno se le echó encima sin avisar y al verano siguiente la mujer seguía allí. En varias ocasiones me acerqué a visitarla y no hubo suerte. El lugar aparecía tan idílico como siempre, pero sutilmente cambiado. Olía a humo de hogar y los tímidos intentos de colonización agrícola habían dado sus primeros frutos. Oí entonces la historia de Francine por boca de gente que decía conocerla bien y la admiré antes de conocerla por su valentía y decisión, pero mientras en público yo defendía su derecho a decidir y a vivir una vida poco habitual, en mi interior pensaba que, efectivamente, había que estar un poco loca para irse a vivir en medio de aquella soledad y aislamiento, a una hora a buen paso del primer lugar habitado.

Finalmente llegó la oportunidad de conocer en persona a la misteriosa dama, y debo decir que la Antoñita la Fantástica que vive en mí, se llevó una decepción tremenda al no encontrársela vestida con una túnica blanca mesando sus largos cabellos trenzados con flores a la orilla de un arroyo. Francine vestía de persona humana y hablaba como una persona humana, de forma sensata y racional, pero con ese dulce acento francés que –ahora estoy convencida- es el que les ha robado el corazón a los animales de la zona. Su particular encuentro de caperucita con aquel lobo feroz que la contemplaba sin pudor los primeros días mientras ella se cobijaba en su frágil tienda de campaña, tuvo final feliz. Mientras ella le decía “qué ojos más bonitos tienes”, el lobo, a su manera, le debía contestar que “son para verte mejor, porque no me acabo de creer que hayas venido a vivir aquí”.

(*) La Dama del Corralín con su perrita, su gato y dos damitas de honor muy especiales (Berta y Carmen)

Francine es valiente y decidida, a la par que excéntrica y especial. Tendrá sus peculiaridades, como todo el mundo, pero sin duda tiene un don que la hace única: su capacidad de comunicarse con los animales. Si se encuentra con el oso, lo saluda y le pide permiso para pasar por el estrecho sendero por el que ambos transitan. Habla con los pájaros y con los lobos, con los gatos y con su perra. Pero no sólo habla, sino que se comunica. Los animales la entienden, la respetan y la obedecen. Si también lo hacía San Francisco de Asís y a nadie le parece extraño, ¿por qué la gente sonríe incrédula cuando oye contar historias de “nuestra” misteriosa dama? Porque sí, me explico, aunque Francine sea un alma libre, ha pasado de ser una mujer francesa que se ha instalado en El Corralín a ser Nuestra Dama. Es la Dama de los Osos y de los Lobos. La Dama del Bosque. La Dama del Corralín. La Dama del río Ibias. Y si tuviera que ponerle algún otro nombre, no sería el típico y tópico de Xana, sino el de LILUSOWA, como réplica y homenaje en El Lejano Oeste de aquel entrañable Waluliso austríaco que vivía de la luz, del aire, del agua y del sol…

4 comentarios:

El chapras dijo...

Lo de hablar con los animales no me parece tan extraño,hay mucha gente que lo hace, otra cosa es que te entiendan o no.Lo que si que le diría a Francine es que si se encuentra con el oso no le pida permiso para pasar, simplemente que le deje el sendero lo mas rápidamente posible,por lo que sé si algo enfurece a estos animalitos es encontrarse con algo o alguien en el sendero por el que transitan, y se enfurece mucho mas si no se lo dejas libre,es que de entendimiento, a diferencia de otras epecies anda un poco corto, mas bien es todo fuerza bruta.

El Bao dijo...

Muy bucólica te veo María, espero que no te de por irte a vivir a un sitio así y tengamos que rescatarte. En toda la historia esta de la Dama, si me puedo creer algo, eso de que el agua, el aire etc... puedan sanarte y que alargan la vida.
Mis abuelos se criaron en el Corralín y los dos han pasado de los 90 años y con una salud envidiable.

Jose de Mingo dijo...

Una historia real que de la pluma de María parece un verdadero cuento de damas, xanas, hadas, ninfas o lilusowa(s). Lo importante en esta historia es Francine, a quien no tengo el gusto de conocer y, por lo que leo y oigo sobre su persona, el amor que siente y transmite hacia todo lo que le rodea, sea naturaleza o seres humanos.

Carlos de Sebastián dijo...

Ni xana ni de Muniellos, que hasta la fecha El Corralín no forma parte de la reserva integral.