Cuentan que era noche cerrada. A Primitivo, el Sastre, se le había hecho tarde mientras regresaba de resolver asuntos varios en San Antolín, así que antes de llegar a Taladrid la noche ya le había sorprendido de pleno. Ahora, subiendo por la cuesta del Moucón no veía a dos palmos de su nariz, aunque habituado como estaba a transitar día y noche por aquellos parajes, el recorrido prácticamente se lo sabía de memoria. Le quedaban unos cientos de metros nada más para vislumbrar las primeras luces del pueblo. Caminaba deprisa, envuelto en sudor, pues de todos es bien sabido que a los lobos tampoco les importaba la oscuridad de la noche.
De repente, sintió que alguien le agarraba con todas su fuerzas por la espalda. No había oído ni un susurro, así que aquel zarpazo violento le pilló totalmente desprevenido.
- ¿Quién anda?
- …
Silencio a sus espaldas.
- No tengo nada de valor. Déjeme andar.
Más silencio estremecedor. Sólo el aliento frío en su cogote de alguna bestia que parecía haber cobrado forma humana.
Primitivo se quedó muy quieto e intentó razonar con su secuestrador.
- Mire. Usted esté tranquilo que yo no me he de mover. Pero dígame qué es lo que quiere y en qué le puedo servir y si está en mi mano…
Más silencio y un nuevo tirón, este con más fuerza, al intentar desasirse de su garra de plomo.
Así que Primitivo, temblando, se echó a llorar y a rezar aquella única oración que le había enseñado la maestra hacía ya unas décadas. Pasaban los minutos, las horas, y nada parecía cambiar. Ni los ruegos ni los llantos hacían mella en el inhumano secuestrador que lo mantenía asido fuertemente sin intentar ni una mínima negociación.
Primitivo sudaba a pesar de que la noche había empezado a enfriar. Se imaginaba que era la Santa Compaña la que con sus huesudos dedos le mantenía inmóvil en espera de llevárselo al más allá. Probó con la letanía que se les repite a los muertos en estas circunstancias:
- ¿Quién eres y qué quieres? ¿Necesitas alguna misa? ¿Quieres que cambie algún marco de as leiras?
El silencio fue la única respuesta que recibió a sus ofrecimientos, así que angustiado por el terror se desvaneció y cuando horas después recobró el conocimiento, la mano de hierro seguía aferrándole inmisericorde.
Las primeras luces del alba se adivinaban ya cuando Primitivo se atrevió a girar lentamente su cabeza con el objeto de ver al horroroso monstruo que lo apresaba. El impacto que recibió fue mayor del imaginado. Una zarza de proporciones considerables se había enganchado de tal forma a su chaqueta que durante horas le había mantenido prisionero en la noche.
Llorando de alegría y con las manos temblorosas por los nervios, sacó del bolsillo de su chaqueta una vieja y oxidada tijera que llevaba siempre consigo y con un certero corte se liberó por fin de la trampa, mientras que con una sonrisa de triunfo murmuraba para sí:
- Si fora un home, lo mismo iba…
De repente, sintió que alguien le agarraba con todas su fuerzas por la espalda. No había oído ni un susurro, así que aquel zarpazo violento le pilló totalmente desprevenido.
- ¿Quién anda?
- …
Silencio a sus espaldas.
- No tengo nada de valor. Déjeme andar.
Más silencio estremecedor. Sólo el aliento frío en su cogote de alguna bestia que parecía haber cobrado forma humana.
Primitivo se quedó muy quieto e intentó razonar con su secuestrador.
- Mire. Usted esté tranquilo que yo no me he de mover. Pero dígame qué es lo que quiere y en qué le puedo servir y si está en mi mano…
Más silencio y un nuevo tirón, este con más fuerza, al intentar desasirse de su garra de plomo.
Así que Primitivo, temblando, se echó a llorar y a rezar aquella única oración que le había enseñado la maestra hacía ya unas décadas. Pasaban los minutos, las horas, y nada parecía cambiar. Ni los ruegos ni los llantos hacían mella en el inhumano secuestrador que lo mantenía asido fuertemente sin intentar ni una mínima negociación.
Primitivo sudaba a pesar de que la noche había empezado a enfriar. Se imaginaba que era la Santa Compaña la que con sus huesudos dedos le mantenía inmóvil en espera de llevárselo al más allá. Probó con la letanía que se les repite a los muertos en estas circunstancias:
- ¿Quién eres y qué quieres? ¿Necesitas alguna misa? ¿Quieres que cambie algún marco de as leiras?
El silencio fue la única respuesta que recibió a sus ofrecimientos, así que angustiado por el terror se desvaneció y cuando horas después recobró el conocimiento, la mano de hierro seguía aferrándole inmisericorde.
Las primeras luces del alba se adivinaban ya cuando Primitivo se atrevió a girar lentamente su cabeza con el objeto de ver al horroroso monstruo que lo apresaba. El impacto que recibió fue mayor del imaginado. Una zarza de proporciones considerables se había enganchado de tal forma a su chaqueta que durante horas le había mantenido prisionero en la noche.
Llorando de alegría y con las manos temblorosas por los nervios, sacó del bolsillo de su chaqueta una vieja y oxidada tijera que llevaba siempre consigo y con un certero corte se liberó por fin de la trampa, mientras que con una sonrisa de triunfo murmuraba para sí:
- Si fora un home, lo mismo iba…
Migio Ventura
4 comentarios:
Y aún habiendo oído esa historia, ¡lo que me he vuelto a reir!
Este Migio Ventura se las sabe todas.
Nos reimos, pero andar como andaban, de noche, sin luz... No me extraña que le entrara el miedo pero ya sabéis que los espíritus suelen decir "anda de día que la noche es mía"
Cómo se ríe la Marquesa... Quisiera verla yo en tal situación.
Las zarzas son muy traicioneras, dan buenos sustos incluso por el dia
Mi abuelo no tenia miedo a nada,no le importaba andar ni de noche ni de dia.Sin embargo entraba de espaldas en el porton de casa cuando iba de noche para que no lo agarraran las animas por detras.
Un saludo.
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