- Pero Poli, ¿no tenías miedo de que te mataran?
- Yo, miedo a la muerte, ni tenía entonces ni lo tengo ahora. Cuando tenga que venir, vendrá...
Policarpo me decía estas palabras el 15 de abril. La muerte le sorprendió el pasado viernes 10 de junio.
Esta serie de entradas sobre su vida ha coincidido, de modo fatal, con su fallecimiento y, en un primer momento, he dudado sobre la conveniencia de seguir publicándolas ahora. Pero creo que Poli no dejará nunca de estar vivo mientras permanezca en nuestra memoria y qué mejor forma de recordarlo que a través de su propio testimonio.
A sus nietos, a sus hijos, pero sobre todo, a su queridísima Rosario, mi más sentido pésame.
- LA VIDA EN EL MONTE -
Policarpo estaba muy acostumbrado a dormir con el ganado en la soledad del monte, así que el espectáculo multitudinario que se encontró en la Alzada aquel día en que decidió su destino no se lo había imaginado ni por lo más mínimo. Cuenta que se topó allá arriba con una camada de fornelos, un grupo que rondaría el medio centenar y que procedía de la zona de Guímara y Trascastro, de donde venían huyendo. Habían matado una vaca y estaban dándose un festín mientras esperaban a sus enlaces que los pasarían a Asturias. No eran estos individuos de confianza para Policarpo, de hecho a alguno de los presentes lo conocía por haber atracado días antes la cantina de Santiagón en Villarmeirín., así que se alegró de encontrar también a algún que otro paisano, entre ellos a su amigo Ismael, con el que andaba algo reñido por una mujer, pero al que las circunstancias unieron al inicio de la contienda.
Tras un par de días merodeando por Llanelo pusieron rumbo a Cerredo, en donde había un comité que tenía encomendada la labor de pasar gente a Asturias. La zona estaba muy vigilada aquellos días y Policarpo y su compañero de andanzas fueron perseguidos de cerca hasta las inmediaciones de la Collada. Desde allí tomaron rumbo hacia la braña de Orallo y al Alto del Cabril, desde donde se ven ya los pueblos de Villar de Vildas y de Genestoso. En el primero estaban los de la República y en el segundo los Nacionales. El problema era que no sabían cuál era uno y cuál era otro. Así que echaron a andar monte abajo y cuando iban a media ladera, escondidos entre urces y brezo, comenzaron a dispararles. Volver monte arriba se hacía tarea imposible, dado lo empinado del terreno, así que esquivando balas y a la carrera lograron llegar al río. Allí se dieron de bruces con un paisano que venía con las vacas, al que preguntaron quiénes eran los que estaban disparando. – Los nuestros. – Sí, pero ¿quiénes son los nuestros. – ¡Pues los de la República, hombre, los de la República!
Lo que siguió a continuación constituye una de las siete vidas de Policarpo, una vida marcada por la guerra, por tres años de contienda que darían, por sí solos para llenar las páginas de un libro y que saltaremos hábilmente para acercarnos a su regreso a pie por montes y vías secundarias, en esa diáspora de los vencidos hacia su lugar de origen: Ibias, en el caso que nos ocupa.
En las montañas que rodeaban a su lugar natal comenzó una nueva existencia, a salto de mata, por montes y veredas; durmiendo al raso y ocultándose para salvar el pellejo; jugando al gato y al ratón con las fuerzas vencedoras. No era el único en esta tesitura: Secundino de Quintos, de Taladrid; Marcelino del Rucho y Francisco de Diego, de Villaoril, fueron sus más cercanos camaradas. Pero hubo muchos otros con los que compartieron vivencias o desavenencias. Cada día constituía una aventura o una tragedia; un juego muy serio del que no sabían si saldrían vivos o muertos. De Rugueira a Fondosdevilla. De Villarín al Rosaldoiro. De la Alzada a Pena Furada. De vez en cuando, alguien los ocultaba unos días en su casa y les daba de comer y cuando no, dormían por el monte, como los lobos, bajo las escobas. De aquella, al aire libre no tenían frío ninguno. Cuando nevaba era cuando peor lo pasaban porque con la nieve les seguían el rastro…
El Maestro de Villarmeirín (Florentino Zapico) vino a Llanelo buscándome a mí. Y cuando estaba contándonos lo que le pasaba llegaron los Fornelos, una bandada de ellos que nos dieron un gran susto. El Maestro hizo contacto con los del Bierzo, con los Fornelos. Si no va con ellos salva la vida. Al Maestro en Ibias todos lo querían, era muy buena persona. Se unió a ellos y luego tuvo que vivir a salto de mata. Los fornelos no fueron bien vistos nunca. Quisieron llevarme a mí también pero mi hermana no me dejó. Al Maestro lo mataron. Bueno, los mataron a todos. Si no llega a ir con ellos, se hubiera salvado. El Santeiro de buena persona no tenía nada. Era frío. Estabas todo el día con él y no te hablaba una palabra. Al Santeiro lo mataron porque estaba enfermo y tenía un médico que lo trataba. Pero a éste lo mataron y entonces se vio obligado a ir a Vega (de Espinareda) a la consulta y al salir lo denunciaron. Lo persiguieron y él se escondió cerca de una rigueira pero lo encontraron y lo mataron. Bueno, algunos dicen que al verse acorralado se disparó él mismo. El Santeiro si le veías reirse era para matar a alguien. No se reía más que para cosas malas. Si no, estaba callado. Le decían: ¿Vamos para aquí, Santeiro? Vamos. ¿Vamos para el otro lado, Santeiro? Vamos. No tenía otra conversación. En cambio, el trato con él era muy correcto. Yo les cortaba el pelo. Las muelas no se las saqué. La única muela que saqué fue a mi padre. Estábamos por el monte y una noche bajé al Villar. Tienes que sacarme una muela. Cómo voy a sacársela. Pues tienes que hacerlo. Cogió la llave, la envolvió en un trapo y dijo: tienes que sacarla así, haciendo un movimiento fuerte. Y claro, yo de aquella tenía fuerza. Hice un movimiento brusco, le pegó la llave en el cielo de la boca, pegó un alarido…
Miedo ninguno. De aquella tanto me importaba vivir como morir. No pensaba en nada. Yo no tenía miedo a nada. Nosotros también sabíamos escupir. Teníamos fusiles, bombas de mano y muy poco que perder…
3 comentarios:
¿Para cuando un libro con la historia de este hombre?
Al enterarme de la muerte de mi amigo Policarpo, me ha dado un bajón que me impidió expresar aquí, a su debido tiempo, mi sentimiento.
Decía yo el otro día que sentía la pérdida de Rodolfo y que, probablemente, no pudiese volver a ver a Policarpo, pensando más en mis achaques que en los suyos y viendo lo apunto que tenía todas sus facultades y lo torpes que están las mías. Pero, en fin, en estas cosas de la vida y la muerte, está visto que los acontecimientos no discurren por los caminos de la lógica.
Un abrazo a sus hijos y nietos y demás familiares.
Seguro que su recuerdo permanecerá intacto en este blog y en los que le hemos tratado.
María, si estas entradas únicas, con unas vivencias tan intensas y una memoria tan privilegiada para expresarlas, apenas reciben media docena de escuetos comentarios entre tantos y tan preparados colaboradores habituales de este blog, podrías pensar en cerrarlo si ocupas dos días seguidos con las mías.
Os estoupelos son mucho más interesantes.
Gracias por tu invitación.
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