Rendido, pero no Vencido (parte V)
Cuando estaba en el monte caí enfermo, pero muy enfermo. Ahí debo la vida a ésta y a los padres. Tuve una pulmonía. Con 40 grados estaba tirado en una manta en el monte y tenía que salir de la manta cada poco tiempo, que se llenaba de nieve.
Mandaron un aviso que si no me presentaba en cuatro días, quemaban la casa de ésta y la de mi padre. Estuvo ésta atendiéndome quince días en el monte. 16 años que tenía de aquella. Estaba todo el día conmigo en el monte y a la noche venía a dormir a casa y claro, me llevaba cosas para eso. Y cuando estaba en medio de eso, un día llegó el padre a verme y dijo que había que llevarme para el pueblo. Me cargaron en una caballería y me llevaron para una casa en Fondosdevilla, donde vivían un padre y una hija solos. Metiéronme allí.
Un día estaba yo allí en la alcoba que estaba al final del corredor y estaba mi padre, estaba Felisa (mi hermana), estaba ésta y los padres. Ésta estaba allí atendiéndome y los otros deliberando a ver dónde me enterrarían porque claro, ya me daban por muerto. Unos querían en el cementerio y otros que no, porque si lo saben nos arruinan a todos. Yo hice un esfuerzo como pude y le dije a ésta que no se preocuparan, que eso lo tenía yo solucionado, que ya mis compañeros sabían lo que tenían que hacer, que me enterraran en un arroyo y ya está.
En ese momento que estaban en el corredor deliberando eso, se acercó el padre de ésta y me dijo: Bueno, Poli, cómo estás lo sabes tú mejor que nosotros. Yo sé de una medicina que en dos horas o te cura o te mata. Usted no se preocupe. Ahí está mi padre y está mi hermana para quitarle toda responsabilidad. Yo lo que quiero es salir de aquí, vivo o muerto. Eran unas hierbas que les llaman llantén. Fueron a buscarlas ésta y el padre. Había algo de nieve. Trajeron las hierbas, hicieron una infusión, tomé un vasín de aquello y a las dos horas echaba bocanadas de sangre. Aquello fue lo que me salvó.
Después, cuando ya sané de la pulmonía empezó a dolerme una cosa así en la ingle, pero no tenía ni granos, ni amarillo ni nada de nada. Empezó a hinchar y se me puso la pierna que no entraba el pantalón. Y de aquella fue Florentino a verme. Fue de aquella cuando echaron el bando ese de que nos quemaban las casas si no comparecíamos. Me dijo: mira, no podemos traerte con nosotros porque no podemos andar cargando contigo. Yo te aconsejo que te presentes. Morir mueres igual si no te presentas, pero si te presentas a lo mejor no te matan.
Así que llegamos a San Antolín los cuatro: Francisco de Diego, Marcelino del Rucho, Secundino el de Quintos y yo. Llegamos a Cecos, al Palacio de Ron, que estaba el cuartel allí, había un teniente mallorquín, buena persona. Yo iba atado encima de un caballo. ¿Quién es el que está enfermo? Ah, eres tú, con la facha que traes... Bueno, tirad esas armas ahí y vamos al médico, a San Antolín. Y llegamos a San Antolín, yo atado en el caballo. El médico era hermano de uno que había estado en el Villar de médico. No recuerdo cómo se llamaba. El teniente del ejército le dijo: mire a este chaval, pero no lo mire como a uno que baja del monte. Mírelo como a un paciente más y los gastos corren de mi cuenta. Mírelo en condiciones. Me bajó el pantalón, me miró y dijo: Pues aquí la única solución es cortar. Hay que cortar la pierna rápidamente. La pierna iba toda negra, hinchada… ¿Cortarme la pierna a mí? No, de eso nada. Primero córteme por aquí (el cuello) y luego córteme la pierna. Porque ustedes van a cortarme primero la pierna y luego cortarme el cuello y de eso nada. La pierna a mí no me la toca nadie. Empezó el jefe de la fuerza a darme consejo. No me dé consejo que yo sé a lo que vengo y por qué vengo. Yo vengo a salvar la casa de mi padre. La herida mía ya no tiene remedio.
Así que marché para arriba, para el Villar. Me dieron 15 días antes de presentarme en Cangas. Pensaron que moría. En el Villar fue cuando empezó mi padre a curarme echándome cosas de él. Medicina casera. Mi padre hacía fermentos de hierbas; me lavaba la pierna con ellos y poco a poco fue deshinchándome. Me llevaron primero a Cangas y recuerdo que lo último en deshincharme fue el dedo gordo. Justo cuando llegué a Avilés.
Cuando estaba en el monte caí enfermo, pero muy enfermo. Ahí debo la vida a ésta y a los padres. Tuve una pulmonía. Con 40 grados estaba tirado en una manta en el monte y tenía que salir de la manta cada poco tiempo, que se llenaba de nieve.
Mandaron un aviso que si no me presentaba en cuatro días, quemaban la casa de ésta y la de mi padre. Estuvo ésta atendiéndome quince días en el monte. 16 años que tenía de aquella. Estaba todo el día conmigo en el monte y a la noche venía a dormir a casa y claro, me llevaba cosas para eso. Y cuando estaba en medio de eso, un día llegó el padre a verme y dijo que había que llevarme para el pueblo. Me cargaron en una caballería y me llevaron para una casa en Fondosdevilla, donde vivían un padre y una hija solos. Metiéronme allí.
Un día estaba yo allí en la alcoba que estaba al final del corredor y estaba mi padre, estaba Felisa (mi hermana), estaba ésta y los padres. Ésta estaba allí atendiéndome y los otros deliberando a ver dónde me enterrarían porque claro, ya me daban por muerto. Unos querían en el cementerio y otros que no, porque si lo saben nos arruinan a todos. Yo hice un esfuerzo como pude y le dije a ésta que no se preocuparan, que eso lo tenía yo solucionado, que ya mis compañeros sabían lo que tenían que hacer, que me enterraran en un arroyo y ya está.
En ese momento que estaban en el corredor deliberando eso, se acercó el padre de ésta y me dijo: Bueno, Poli, cómo estás lo sabes tú mejor que nosotros. Yo sé de una medicina que en dos horas o te cura o te mata. Usted no se preocupe. Ahí está mi padre y está mi hermana para quitarle toda responsabilidad. Yo lo que quiero es salir de aquí, vivo o muerto. Eran unas hierbas que les llaman llantén. Fueron a buscarlas ésta y el padre. Había algo de nieve. Trajeron las hierbas, hicieron una infusión, tomé un vasín de aquello y a las dos horas echaba bocanadas de sangre. Aquello fue lo que me salvó.
Después, cuando ya sané de la pulmonía empezó a dolerme una cosa así en la ingle, pero no tenía ni granos, ni amarillo ni nada de nada. Empezó a hinchar y se me puso la pierna que no entraba el pantalón. Y de aquella fue Florentino a verme. Fue de aquella cuando echaron el bando ese de que nos quemaban las casas si no comparecíamos. Me dijo: mira, no podemos traerte con nosotros porque no podemos andar cargando contigo. Yo te aconsejo que te presentes. Morir mueres igual si no te presentas, pero si te presentas a lo mejor no te matan.
Así que llegamos a San Antolín los cuatro: Francisco de Diego, Marcelino del Rucho, Secundino el de Quintos y yo. Llegamos a Cecos, al Palacio de Ron, que estaba el cuartel allí, había un teniente mallorquín, buena persona. Yo iba atado encima de un caballo. ¿Quién es el que está enfermo? Ah, eres tú, con la facha que traes... Bueno, tirad esas armas ahí y vamos al médico, a San Antolín. Y llegamos a San Antolín, yo atado en el caballo. El médico era hermano de uno que había estado en el Villar de médico. No recuerdo cómo se llamaba. El teniente del ejército le dijo: mire a este chaval, pero no lo mire como a uno que baja del monte. Mírelo como a un paciente más y los gastos corren de mi cuenta. Mírelo en condiciones. Me bajó el pantalón, me miró y dijo: Pues aquí la única solución es cortar. Hay que cortar la pierna rápidamente. La pierna iba toda negra, hinchada… ¿Cortarme la pierna a mí? No, de eso nada. Primero córteme por aquí (el cuello) y luego córteme la pierna. Porque ustedes van a cortarme primero la pierna y luego cortarme el cuello y de eso nada. La pierna a mí no me la toca nadie. Empezó el jefe de la fuerza a darme consejo. No me dé consejo que yo sé a lo que vengo y por qué vengo. Yo vengo a salvar la casa de mi padre. La herida mía ya no tiene remedio.
Así que marché para arriba, para el Villar. Me dieron 15 días antes de presentarme en Cangas. Pensaron que moría. En el Villar fue cuando empezó mi padre a curarme echándome cosas de él. Medicina casera. Mi padre hacía fermentos de hierbas; me lavaba la pierna con ellos y poco a poco fue deshinchándome. Me llevaron primero a Cangas y recuerdo que lo último en deshincharme fue el dedo gordo. Justo cuando llegué a Avilés.
4 comentarios:
Acojonante...y la de historias que habrá que desconocemos.
En alguna ocasión os comenté que en mi casa no teníamos nada más que un huerto que atendía mi madre y mi padre siempre estaba trabajando de jornalero en Casa del Roxo, Casa de Buelta, Casa de Uría o Casa de Cangas en Cecos. Y yo en cuanto pude, empecé a acompañarle o incluso a ir solo.
Viene esto a cuento porque cuando se entregaron estos cuatro, yo estaba en casa de Cangas y al conocerlos a todos prestaba mucha más atención a las conversaciones. En Casa de Cangas, comíamos y cenábamos todos juntos en la cocina, escuchando con mucho temor y sin intervenir para nada en todo lo que se decía y por eso, quizá pueda matizar alguna cosa sobre lo que comenta María hoy. En este caso la entrega de Policarpo, Marcelino, Francisco y Segundo (de Quintos de Llanelo y no de Taladrid), fué un poco más complicada de lo que aquí se dice porque en aquellos días cualquier simple palabra mal interpretada, te podía costar la vida. Recuerdo que dos o tres días antes, bajó el tío Paulino, con D. Manuel de casa del Roxo y
tu abuela Carmen, con quienes mantenía una relación más que familiar y Junto con Ramón de Cangas, fueron al Palacio de Ron, donde, como bien dices, se había instalado una Compañía de Regulares cuya finalidad era ayudar a la Guardia Civil en su lucha con los de el monte.
Uno de los sargentos de esa compañía, era un tal Salustiano a la sazón destinado con un destacamento en el Palacio de Tormaleo y que ya mantenía una cierta relación con tu abuela con la que se casó un tiempo después.
Todas estas circunstancias, hicieron que se llegase a un pronto acuerdo y fuesen tratados con una consideración no habitual. Años después, atando cabos y preguntando a alguno de los protagonistas, comprendí todas aquellas idas y venidas a las que, por cierto no fue ajeno Luis de Ron, casado con una hija de D. Celestino Suárez y Josefa Sal de Rellán, cuya casería había llevado el Tio Paulino tantos años.
Continuara,supongo.
Trasgo, muy interesante tu aportación, como siempre. Algún día haremos esa entrevista pendiente!!!
Chapras: hay dos vidas de Policarpo (la de la guerra y la de la cárcel) que no hemos querido tocar porque cada una de ellas daría para un libro. Sin embargo, espero poder despedir esta serie con un epílogo a modo de anécdota de este hombre valiente.
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