Está la mañana muy limpia y silenciosa; da gusto caminar; el amplio sendero por el que avanzo se conoce como "Camino de Ibias a Degaña", y se nota muy usado, muy baqueteado, brillando a veces sus piedras mondas. Hay un pinar a la izquierda, y siempre haciéndome compañía el rumoroso y truchero río Ibias por allá abajo. Pronto aparece un descenso curvo y pronunciado; es para cruzar, como en otras ocasiones, un arroyo, en esta ocasión, el de Valcarce -aunque otros lo llaman reguero del Mazo del Arriero-; al lado de un puentecito, se ven las ruinas del Mazo -es decir: un martinete o batán para hierro-. Encuentro en el camino un hombre particular, o no; es que tiene un pañuelo abrazándole la cara -con las puntas del nudo sobre la boina puesta-; creía yo que el amarrado sería por un dolor de muelas, pero no, es a causa de cierta infección; tiene el hombre -que habla mucho- una voz delgada, resultando el contenido de sus frases, así como sus modales, acordes con lo melífluo de su voz. Hablamos de dolor de muelas y me pondera mucho a un médico de San Antolín de Ibias, dice: "Saca las muelas sin dolor; los otros no; los otros le sacan a usted las muelas a pedazos, pero luego ha de ir al médico bueno para que le saque la raíz que quedó dentro". Me ofrece una inyección que tiene en casa. Decido continuar. El sol presta compasivo su tibieza. En un monte cercano verdea la espesura. Una retahila de vacas marca su pautado caminar cansino.
En un pequeño alto me siento para esperar al cartero, al que había visto poco antes en una curva; lo acompaña su hija; traen un caballo. Durante la espera escucho los ruidos que me llegan: gritos de pastores, esquilas, chirridos de carros del país, moscardón, río, graznidos de no sé qué aves. Un bucolismo barato empapa aquello.
El cartero se llama José Ramón del Hierro Queipo; cumple su misión desde San Antolín de Ibias a Alguerdo; antes, hace muchos años, era él mismo el cartero que tenía por recorrido desde San Antolín hasta Degaña; entonces empleaba un día para ir, y otro para volver. Ahora el correo llega indistintamente por uno y otro Ayuntamiento.
Vamos aproximándonos al pueblo llamado Bustel; hasta aquí, desde Alguerdo, el camino pasa por los siguientes toponímicos: La Fócara, el Puelo, el Posadoiro, la Folgueiría, cuesta del Mazo, Salgueirín, la Xiería, Castracán y Bustaleisá, nombres que creo no figuran reseñados en mapa o documento alguno con este -o tanto- detalle de situación.
Aunque es relativamente temprano, en Bustelo -donde celebran su segundo día de fiesta- ya se bebe. Unas banquetas, unas cajas y unos tableros hacen de circunstancial taberna bajo un hórreo donde se cobija un grupo de hombres. Bebemos nosotros también. En el grupo lleva la voz cantante un portugués, que casó en el pueblo. Presumen en Bustelo de tener tres casas tituladas así: "la Casa del Abogado", "la Casa del Obispo" y "la Casa del Rey", natural de Arandojo. Existe este cantar irónico sobre la fiesta que allí conmemoran:
El día cinco de Agosto
fui a las Nieves a Bustelo,
ni comí ni bebí nada,
pasé más fame que un perro.
Frente a Bustelo -donde tienen por apodo "escornacabras"-, al otro lado del valle, está el pueblo de San Clemente. Los lugares que se han de cruzar desde Bustelo hasta Cecos, por el camino que hemos de seguir, tienen estos nombres: Cortinal de San Esteban, la campela de San Esteban, -aquí se bifurca el camino-, la Carbayeira, teso de Arbellega, el escano de Xan de Queipo, (nombre debido a un vecino de Alguerdo que se sentaba en la larga piedra que vemos al lado del camino, -escano o escaño-, el cartero -de unos cincuenta y cinco años- conoció a un nieto de dicho Xan), el Esgollo, el reguero Tourel, la regueira Saldoiro, y por fin, el pueblo de Cecos.
Sobre la caballería cabalga a veces la hija del cartero, y también soporta el peso de mi mochila. Encontramos a un tratante de ganado; le dicen que lo que va a buscar ya está vendido, y entonces él decide regresar, acompañándonos. Habla con el cartero, y advierto que éste ya no pronuncia las palabras como cuando poco antes dialogaba conmigo; o sea, en casi todo el trayecto, los de los pueblos usaban para mí un vocabulario y son distinto del suyo habitual. Ahora percibo su habla agallegada y una rapidez expresiva que da la confianza de hablar con quien lo entiende todo.
Vemos arar algunos campos que estuvieron plantados de centeno; ahora plantarán nabos en ellos. A estos nabos, antes de ser arrancados, se les cortarán las hojas para el ganado. Frente a nosotros, y lejos, vemos el pueblo de Boiro, por donde pasa la carretera que conducirá a Tormaleo, pueblo este en el que hubo señor que disfrutó del derecho de pernada, hasta que los vecinos se soliviantaron y terminaron con tan inicuo privilegio. La carretera citada preocupa mucho a los vecinos de los pueblos de la margen derecha del río Ibias -por donde vine-, pues si ahora están casi incomunicados, cuando la carretera funcione por donde la construyen, ellos quedarán allí más axfisiados, abandonados de veras de la mano de Dios. Son los pueblos con su cara al mediodía, enfrentándose -a veces exactamente- con sus contrarios en las laderas opuestas del valle.
Desemboca al fin el camino en la carretera general, donde se ven letreros anunciadores de la repoblación forestal de aquellos términos. Enseguida el pueblo de Cecos, con un sol mañanero encima. También encima, pero menos, el castillo de los Ron; casona que en poco tiempo ya pasó por varios propietarios. El lema de esta casa era: "Los de Ron, comen a este son", y a ello alude un hombre que en uno de los cuarteles del escudo hace sonar un cuerno. Se dice que Cecos era lugar de paso para las peregrinaciones a Santiago de Compostela, y los de la citada casa sostenían con cierta cantidad de comida a los peregrinos, a los que anunciaban la llegada de la hora del condumio por medio del repetido sonido del cuerno.
Paseo indeciso. Veo lugar donde construyen una escuela, precisamente sobre una tiera en la que se notaban indicios de explotaciones auríferas; hubo por allí explotaciones de tal índole, pues en estas zonas de carbonífera inferior hay una especie de cuña de cuarzo aurífero, cuña que alcanza también a las sierras de Tablado, de Ciallo y de Valcarce.
Por enfermo decido regresar a casa aprovechando además el ofrecimiento de alguien que me conducirá hasta Ventanueva. Es impresionante la carretera que me aleja de San Antolín de Ibias, lugar al que algún día volveré.
(*) Fragmento de "Ruta: Suroeste de Asturias" por Luciano Castañón. 1965.
5 comentarios:
..."un bucolismo barato empapa aquello". Creo que el Sr. Luciano (cuya obra es un referente) debía estar febril. Salud.
Totalmente de acuerdo, Pañeda. Su dolor de muelas se refleja en lo escrito.
A veces resulta bastante "sobrao", pero no deja de ser una visión sobre este territorio hace casi medio siglo. Por eso, despejando los nubarrones del dolor de muelas y cierto cariz "urbanopaleto" propio de la época, se pueden extraer interesantes datos.
Me quedo con lo que dice Carlos.El dolor de muelas, también influye,pero un poco urbano si que resulta,como dije en otro comentario,no esta descubriendo una tribu perdida.Por lo demás tiene cosas muy interesantes,y bastante bien descritas.
El cartero del que habla, era mi abuelo. Me prestó mucho leer esto. Gracias María.
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